Por Opinno Editor de MIT Technology Review en español. Marta Sotres.

Wafaa Almala es ingeniera y fue una de las jóvenes refugiadas becadas por la Universidad Camilo José Cela y Banco Santander para impulsar su integración en España. Un respaldo que le ayudó a reescribir su futuro y a construir una nueva vida lejos de la guerra.

Foto: La joven damascena, Wafaa Almala, durante la entrevista en Madrid. Crédito: Opinno.


Wafaa Almala
llegó en 2013 de Siria sin saber ni una palabra de castellano. Seis años después, a sus 29, ya tiene el nivel suficiente para amenizar sus esperas en la parada del autobús charlando con los más mayores. “Hablan mucho los ancianos aquí en España”, dice riendo. Prefiere ver la vida con optimismo, pero confiesa que los comienzos fueron muy duros, malvivió junto a su familia en varios centros de refugiados, sin permiso para poder trabajar y en condiciones higiénicas insuficientes.

Sin embargo, el tiempo ha ido ordenándolo todo poco a poco; su esfuerzo y el apoyo que ha recibido ya está reconstruyendo su presente. La joven, estudiante de segundo curso de Enfermería, ya solo imagina su futuro en España.

Wafaa solo es una de las seis millones de personas que han tenido que huir de Siria. Como para los siete millones de desplazados internos forzados a abandonar sus casas, esta guerra, que perdura desde 2011, se ha convertido en la mayor crisis humanitaria del siglo XXI.

¿Cómo fue tu llegada a España?

Llegué de turismo con mi familia, mis padres, mis hermanos y sus parejas. No era la primera vez que mis padres venían de visita. España es un país que tiene muy buena fama en Siria por su cultura y por su gente. Todo iba bien hasta que recibimos la llamada de mis tíos desde allí. Nos decían que la situación estaba empeorando cada día más, que no volviéramos.

Habían atacado con armamento químico y volver a casa ponía en riesgo nuestras vidas. Además, había otro factor importante que nos hizo quedarnos. Mi hermano estaba en la edad de hacer el servicio militar y, si volvía, le obligarían a sumarse a las filas del Ejército. Todo eso nos hizo empezar una nueva etapa en Madrid.

¿Cómo se reconstruye una vida?

Nuestro primer paso fue ir a pedir asilo a la Oficina de Asilo y Refugio del Ministerio del Interior. Allí nos entrevistaron. De ahí tuvimos que pasar un mes en el hostal Welcome en el barrio de Vallecas. El ambiente era malo y como mi hermana y mi cuñada estaban embarazadas nos aconsejaron no seguir ahí.

Nos asignaron nuevos destinos: mi hermana fue con su marido al CAR (Centro de Acogida para Refugiados) de Alcobendas. Mis padres, mi hermano, su mujer y yo al centro de refugiados de Getafe con CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), con más personas en nuestra situación y, sobre todo, con muchos inmigrantes africanos.

La estancia en el centro fue fatal. Era un lugar frío para vivir, estaba muy alejado de todo y la higiene y la comida no eran muy buenas. Además, el sistema en el centro era desordenado, el personal estaba un poco perdido. Daba la sensación de que aún no había una planificación de cómo gestionar nuestra llegada. Mis padres aguantaron ocho meses y se volvieron a Siria. Mi hermano y yo completamos el año entero, el tiempo que nos permitían estar allí.

Foto: Antes de que estallara la guerra en 2011, vivían en Siria 20 millones de personas. Crédito: Pixabay.

¿Por qué se marcharon tus padres?

Ya no aguantaban más. Su situación era peor que la nuestra, no conocían el idioma y tampoco podían hacer nada durante el día. Mi hermano y yo sí que salíamos, hablábamos con otra gente, íbamos a clases de idiomas, pero ellos no: su adaptación fue más difícil.

En cambio, en cuanto recibí el permiso de residencia (un año y siete meses después de nuestra llegada) les invité de nuevo a que vinieran y tiempo después consiguieron la residencia. Volvimos a estar juntos. Pero eso fue después, desde que salimos del centro, las cosas fueron muy complejas.

¿Qué hicisteis al salir del centro de refugiados?

Esa fase fue la más difícil de todas. Durante los primeros seis meses, CEAR nos cubría los gastos de alquiler y manutención (tres meses si no hay mujeres embarazadas) en un piso independiente, pero el gran problema es que teníamos que buscarlo nosotros y adelantar el pago.

Entonces no hablábamos casi castellano y llevábamos toda la estancia aquí en España sin poder trabajar, la tarjeta provisional no nos lo permitía. El dinero fue la mayor dificultad, pero al final lo conseguimos. Cuando se acabó ese periodo, nos buscamos la vida. Mi hermano y yo empezamos a trabajar en una fábrica de dulces árabes. Ya éramos independientes y nos manteníamos solos.

¿Cómo lograste entrar en la Universidad?

En 2016 me concedieron, junto a otros nueve refugiados, una beca de la Universidad Camilo José Cela para estudiar los cuatro años de carrera. En ese convenio también colaboraba Banco Santander y pudimos hacer prácticas dentro de sus oficinas. Yo elegí estudiar Enfermería, estoy en segundo.

En Siria terminé la carrera de ingeniería civil, pero al llegar aquí mis paisanos me dijeron que no había trabajo y que estudiara otra cosa. Muchas personas refugiadas necesitan atención médica, lo hemos visto durante estos últimos años. Quiero que estudiar me pueda servir para ayudar en zonas fronterizas, en mi país o donde haga falta.

¿Y cómo fue la adaptación?

En la carrera aún tengo muchas dificultades con el idioma, son términos muy técnicos, pero la adaptación está siendo muy buena, los profesores están encantados y los alumnos también. Aunque con los alumnos me sorprendió algo al principio porque en los países árabes cuando llega un extranjero, lo ponemos en el centro y todos nos quedamos pendientes de recibirlo y de acompañarle. Pero aquí no me ha ocurrido, te ayudan también, pero siguen más su camino.

Foto: Wafaa Almala, durante sus prácticas de Enfermería en Banco Santander. Crédito: Linkedin.

¿Cómo fue tu primera experiencia como enfermera?

El verano pasado hice las prácticas de tres meses en el centro médico de una de las oficinas de Banco Santander. Allí acudían los empleados y las personas que tenían el seguro médico contratado con ellos. Hacía reconocimientos médicos y fue una experiencia genial porque pude aplicar toda la teoría que había estado estudiando. Me gustaba el contacto con la gente.

¿Cómo imaginas tu futuro?

Cada día tengo un plan diferente. A veces pienso que me gustaría trabajar en Urgencias, otro día me encantaría atender a niños en Pediatría. Todavía no tengo clara la especialización. Pero sí estoy convencida de que quiero ejercer mi profesión en España. Muchos de mis recuerdos se quedaron en Siria, echo de menos muchas cosas, pero las últimas dos veces que he viajado allí he sentido volver a un país extraño.

Mis amigas de la infancia también tuvieron que huir. Allí ya no reconozco a la gente, el ambiente es distinto, ya no se parece al país que dejé. Ahora ya no hay seguridad, ha aumentado la delincuencia y el tráfico de órganos. Esto era impensable hace unos años. Siria fue un país seguro y ahora ya no puedes andar por sus calles.