El suministro de energía es esencial, pero también lo es la reducción de la demanda

Población prevista 2050
9000 M

+4% anual hasta el 2030

el mundo necesita mejorar la intensidad energética

Población prevista 2050
9000 M

+4% anual hasta el 2030

el mundo necesita mejorar la intensidad energética

"El suministro de energía es esencial, pero también lo es la reducción de la demanda"

Ana Botín, Presidenta ejecutiva de Santander

En un mundo volátil, los Gobiernos se enfrentan a muchos desafíos y deben responder a cuestiones como el envejecimiento demográfico, la financiación de la transición energética, el aumento del gasto en defensa o el coste de la deuda. Los puntos de esta larga lista varían en cada país, pero el trasfondo temático es el mismo: para darles respuesta se necesita financiación, y esta se obtiene del crecimiento económico. 

El crecimiento, a su vez, depende del suministro fiable y asequible de energía. Para el 2050, está previsto que la demanda energética aumente un tercio para cubrir las necesidades de una economía global que duplicará en volumen a la actual y de una población de más de 9000 millones de personas. Este aumento de la población y la productividad estará especialmente concentrado en los mercados emergentes, por lo que la transición energética es aún más compleja. 

  • Es preciso cambiar la naturaleza misma del sistema energético, pasando de una economía fundada en los combustibles fósiles a una que se base en fuentes energéticas con bajas emisiones de carbono. Y aún más importante es que lo hagamos garantizando la asequibilidad y la fiabilidad del suministro energético. Hasta ahora, el debate se ha centrado en el lado de la oferta: los Gobiernos y las compañías energéticas han encaminado sus esfuerzos a investigar, con buen criterio, el modo de aumentar el suministro de energía con bajas emisiones de carbono y potenciar la infraestructura de transmisión, pero, pese a todo, seguimos muy lejos de alcanzar nuestros objetivos climáticos. 
  • Lo cierto es que hay otra parte fundamental en este debate que ha recibido mucha menos atención. Sí, la producción energética es fundamental... pero ¿y la demanda? En este punto, el cambio depende de todos, ya se trate de particulares, empresas o Gobiernos. Si reducimos la intensidad de la demanda energética (entendida como la energía usada para generar una unidad de producto interior bruto), podremos hacer más con menos. Es aquí donde flaquean nuestros esfuerzos. Desde el 2020, la Agencia Internacional de la Energía estima que el mundo necesita mejorar la intensidad energética en más de un 4% anual hasta el 2030, y, a partir de dicha fecha, casi un 3 % anual si queremos conseguir la neutralidad en carbono para el 2050. El año pasado, la mejora fue de solo un 1,3%. 
  • Pese a que muchas compañías están haciendo todo lo posible para cerrar esta brecha, todavía queda margen de mejora, tanto en la esfera privada como en el sector público. Ahora, un grupo compuesto por 130 de las empresas más importantes del mundo, incluyendo a algunas con largas cadenas de suministro, están pisando el acelerador. En el Foro de Davos que se celebrará la próxima semana, debatiremos sobre tres áreas en las que consideramos que se pueden tomar medidas para reducir la intensidad de la demanda energética. En primer lugar, hay que encontrar modos de ahorrar energía. Por ejemplo, las mejoras en calefacción, ventilación y aire acondicionado de oficinas que se han descubierto mediante la inteligencia artificial podrían reducir el consumo en un 25 %. En segundo lugar, es necesario centrarse en la eficiencia energética, de modo que usemos menos energía para completar la misma tarea o fabricar el mismo producto. A modo de ejemplo, el reacondicionamiento de edificios puede aminorar el consumo de energía en un 45%. 
  • Por último, es imprescindible la colaboración en la cadena de valor; es decir, que distintas empresas en toda la cadena de valor cooperen para conseguir un cambio en el sistema energético en su conjunto. Si se recupera el calor producido en las plantas industriales, por ejemplo, se reduciría el consumo de energía en aproximadamente un 25%, como ya hemos visto en Suecia, donde se ha empleado el calor producido en la fabricación de ácido sulfúrico. La tecnología necesaria para emprender estas medidas ya está disponible a día de hoy, es asequible y somos capaces de adaptarla.

Por si fuera poco, implementar estas medidas conlleva un claro incentivo económico para las empresas, ya que la energía que se desperdiciaba puede redirigirse hacia fines más productivos. Así, podrían reducir el consumo energético global sin reducir su producción, al tiempo que ahorran y mejoran tanto sus beneficios como su competitividad. En otras palabras: la bajada de la demanda energética reduce los costes y potencia la productividad. Como digo, se trata de mecanismos que ya están disponibles y que permitirían reducir el actual consumo energético en casi un tercio, sin perjuicio para el mercado. De conseguirlo para el 2030, se ahorrarían en torno a 2 billones de dólares al año (al coste actual de la energía), y la implementación de las medidas se amortizaría en 10 años.

Pese a todo, no estamos aprovechando esta oportunidad. La inacción de las empresas se debe tanto a una falta de conocimiento sobre los resultados potenciales como a la incertidumbre en torno a la amortización futura de sus inversiones. Para materializarla, los Gobiernos tienen que desarrollar planes nacionales de transición energética que contemplen cambios en el lado de la demanda y no solo en lo que respecta a los productores. Afortunadamente, ya han dado los primeros pasos en esta dirección. En la COP28, más de 120 países se han comprometido a duplicar el ritmo de mejora de la eficiencia energética para el 2030, y ahora es necesario que de la teoría pasen a la práctica. Sin planes de transición factibles, todos estos compromisos tan loables se quedarán en palabras.

Para alcanzar nuestras metas, es crucial que las empresas colaboren con los Gobiernos y que reciban alicientes para examinar su actual consumo energético, investigar cómo mejorar y entablar asociaciones con los sectores público y privado a fin de superar los obstáculos que les impiden actuar. Todo con los fines de reducir la intensidad en carbono y ayudar a que la economía mundial crezca más rápido. Si no, no se cumplirán los objetivos climáticos que se fijaron en el Acuerdo de París.