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Presidenta ejecutiva de Santander
el mundo necesita mejorar la intensidad energética
el mundo necesita mejorar la intensidad energética
"El suministro de energía es esencial, pero también lo es la reducción de la demanda"
Ana Botín, Presidenta ejecutiva de Santander
En un mundo volátil, los Gobiernos se enfrentan a muchos desafíos y deben responder a cuestiones como el envejecimiento demográfico, la financiación de la transición energética, el aumento del gasto en defensa o el coste de la deuda. Los puntos de esta larga lista varían en cada país, pero el trasfondo temático es el mismo: para darles respuesta se necesita financiación, y esta se obtiene del crecimiento económico.
El crecimiento, a su vez, depende del suministro fiable y asequible de energía. Para el 2050, está previsto que la demanda energética aumente un tercio para cubrir las necesidades de una economía global que duplicará en volumen a la actual y de una población de más de 9000 millones de personas. Este aumento de la población y la productividad estará especialmente concentrado en los mercados emergentes, por lo que la transición energética es aún más compleja.
Por si fuera poco, implementar estas medidas conlleva un claro incentivo económico para las empresas, ya que la energía que se desperdiciaba puede redirigirse hacia fines más productivos. Así, podrían reducir el consumo energético global sin reducir su producción, al tiempo que ahorran y mejoran tanto sus beneficios como su competitividad. En otras palabras: la bajada de la demanda energética reduce los costes y potencia la productividad. Como digo, se trata de mecanismos que ya están disponibles y que permitirían reducir el actual consumo energético en casi un tercio, sin perjuicio para el mercado. De conseguirlo para el 2030, se ahorrarían en torno a 2 billones de dólares al año (al coste actual de la energía), y la implementación de las medidas se amortizaría en 10 años.
Pese a todo, no estamos aprovechando esta oportunidad. La inacción de las empresas se debe tanto a una falta de conocimiento sobre los resultados potenciales como a la incertidumbre en torno a la amortización futura de sus inversiones. Para materializarla, los Gobiernos tienen que desarrollar planes nacionales de transición energética que contemplen cambios en el lado de la demanda y no solo en lo que respecta a los productores. Afortunadamente, ya han dado los primeros pasos en esta dirección. En la COP28, más de 120 países se han comprometido a duplicar el ritmo de mejora de la eficiencia energética para el 2030, y ahora es necesario que de la teoría pasen a la práctica. Sin planes de transición factibles, todos estos compromisos tan loables se quedarán en palabras.
Para alcanzar nuestras metas, es crucial que las empresas colaboren con los Gobiernos y que reciban alicientes para examinar su actual consumo energético, investigar cómo mejorar y entablar asociaciones con los sectores público y privado a fin de superar los obstáculos que les impiden actuar. Todo con los fines de reducir la intensidad en carbono y ayudar a que la economía mundial crezca más rápido. Si no, no se cumplirán los objetivos climáticos que se fijaron en el Acuerdo de París.