El tipo de interés neutro —el nivel que no sobreestimula ni frena la economía— es difícil de determinar y no es observable. Conocido por los economistas como R*, a diferencia de los tipos de interés nominales, viene determinado entre bastidores por factores estructurales a largo plazo.

El concepto de tipo de interés neutro es un punto de referencia clave para la calibración de la política monetaria, ya que ayuda a los bancos centrales a evaluar si la política es estimulante o restrictiva. También sustenta la valoración de activos.

Como cualquier otro tipo de interés, R* se establece en los mercados de crédito por el equilibrio entre el ahorro (la oferta de crédito) y la inversión (la demanda de crédito).

Para que las empresas puedan efectuar nuevas inversiones, necesitan que los hogares y otros ahorradores aporten el capital que las financie. Por lo tanto, la inversión agregada debe coincidir con los ahorros disponibles. Para lograr esto, los tipos de interés deben ser lo suficientemente altos como para incentivar el ahorro, pero lo suficientemente bajos como para fomentar el endeudamiento. El tipo de interés que logra este equilibrio a largo plazo es R*.

En Estados Unidos, la Reserva Federal estima actualmente un R* de entre 0,78 % y 1,37 %, basándose en dos metodologías diferentes. Publicaciones recientes del Banco Central Europeo sugieren que las estimaciones de R* abarcan un rango de -0,5 % a +0,5 % al final de 2024.

Independientemente de la metodología utilizada, la tendencia es clara: R* ha disminuido drásticamente en las economías avanzadas durante las últimas tres décadas. Sin embargo, eso podría estar a punto de cambiar.

Cinco factores de los tipos de equilibrio

La demografía parece desempeñar un papel importante para determinar R*. Según las Naciones Unidas, a mediados de la década de 2030 habrá 265 millones de personas de 80 años o más —superando en número a los recién nacidos— y la mayor esperanza de vida tiende a aumentar los ahorros precautorios, ejerciendo presión a la baja sobre R*.

La sostenibilidad de los sistemas de pensiones se verá sometida a una presión cada vez mayor a medida que aumente el índice de dependencia. Esto podría aumentar el déficit público, ejerciendo una presión al alza sobre los tipos de interés. De igual modo, la reducción de la mano de obra disponible relacionada con la edad podría elevar los salarios y las presiones inflacionistas, lo que a su vez elevaría los tipos de interés nominales.

Los déficits fiscales han aumentado drásticamente en las principales economías durante las últimas décadas. Según el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF), en la primera mitad de 2025 se añadieron más de 21 billones de dólares a la deuda global (pública y privada), alcanzando un nuevo máximo anual de 338 billones de dólares.

Las actuales tensiones internacionales están provocando un aumento del gasto en defensa e infraestructuras, a menudo financiado mediante mayores déficits. Según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), el gasto militar global alcanzó los 2,7 billones de dólares en 2024. Financiar este tipo de gastos requerirá una mayor emisión de deuda, lo que probablemente ejercerá presión al alza sobre los tipos de interés.

La productividad se cita con frecuencia como un determinante clave de R*. Un alto crecimiento de la productividad generalmente impulsa R*, ya que aumenta los rendimientos esperados del capital y estimula la demanda de inversión. Por el contrario, un crecimiento más lento de la productividad puede contribuir a un tipo neutro más bajo.

En 2021, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) concluyó que la disminución de la productividad en las economías avanzadas había sido un factor principal de la caída de R*. En la zona euro, el crecimiento medio de la productividad cayó de aproximadamente el 1,6 % entre 1995 y 2005 a aproximadamente el 0,6 % entre 2010 y 2020, lo que se corresponde con niveles de R* cercanos a cero.

Sin embargo, las tecnologías transformadoras —especialmente la inteligencia artificial— podrían revertir esta tendencia. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que la adopción de la IA podría aumentar acumulativamente la productividad total de los factores (PTF) en Europa en un 1 % durante cinco años, si bien una regulación más estricta podría ese efecto en un tercio.

La fragmentación geopolítica puede empujar a la economía mundial hacia un equilibrio menos eficiente con mayores costes, inflación y tipos de interés. Diversos estudios estiman que una fragmentación severa podría reducir el PIB mundial entre un 5 % y un 7 % a largo plazo; es decir, hasta 7,4 billones de dólares en pérdida de producción.

La globalización ha sido una poderosa fuerza deflacionaria durante las últimas décadas, pero los cambios actuales, junto con el auge del nearshoring y el friendshoring pueden socavar la eficiencia de las cadenas de suministro. La escalada de las tensiones arancelarias podría fragmentar aún más el comercio mundial.         

La transición energética hacia las emisiones netas cero requerirá una inversión masiva. Algunas estimaciones indican que lograr los objetivos del Acuerdo de París requeriría aproximadamente 9,2 billones de dólares de gasto anual para 2050, 3,5 billones más que la inversión anual actual de 5,7 billones.

Cumplir los objetivos climáticos probablemente impulsará R* al alza, dada la magnitud del capital requerido.

¿Cuál será el nuevo tipo de equilibrio?

Aunque la incertidumbre persiste, el tipo de equilibrio en la "nueva normalidad" será diferente al del mundo hiperglobalizado y ultralíquido que siguió a la crisis financiera de 2008.

Hoy observamos la coexistencia de tipos de interés estructuralmente más altos con el desempleo bajo, lo que refleja un entorno en el que los sistemas de pensiones, las finanzas públicas, el envejecimiento de la población y la transición ecológica exigirán niveles de inversión sin precedentes.

Al mismo tiempo, el auge de la IA podría impulsar el aumento de la productividad, elevar los rendimientos promedio y, por lo tanto, aumentar los tipos de interés.

En definitiva, todos estos retos comparten una característica común: requerirán una financiación relevante en las próximas décadas.